George Orwell o el horror a la política - Simon Leys

Orwell aceptó "llevar el ascetismo" hasta un punto algunas veces rayano en el masoquismo y que, si no provocó exactamente la huida de sus amigos, sí contribuyó al menos a terminar con su propia vida.

Pese a algunos altibajos, Sin blanca en París y Londres tiene una importancia capital. Orwell creó en ella una nueva forma que llevaría más adelante a su perfección (en dos libros, El camino de Wigan Pier y Homenaje a Cataluña, así como en ensayos cortos como Matar a un elefante y Un ahorcamiento) y que sigue siendo, en el plano puramente literario, su contribución estilística más original: la transmutación del periodismo en arte, la recreación de la realidad bajo el disfraz de un reportaje objetivo, minuciosamente apegado a los hechos (un buen cuarto de siglo después, Truman Capote y Norman Mailer malgastaron mucho tiempo peleándose por saber quién de los dos había creado la novela sin ficción: ¡olvidaban que Orwell inventó el género mucho antes que ellos!)

No ahorró nunca sarcasmos hacia cierta mística socialista que, según sus palabras, tenía el don de atraer "con fuerza magnética a todo bebedor de zumos de fruta, nudista, maníaco sexual, cuáquero, curandero naturista, pacifista y feminista de Inglaterra.

Parece ser que Orwell resolvió de una vez para siempre el problema religioso en su adolescencia optando por un ateísmo tranquilo y categórico. Pero si bien negaba los artículos de la fe cristiana, también seguía profundamente apegado a los valores éticos de la religión: "La actitud del creyente que considera esa existencia como una simple preparación para la vida eterna es una solución de facilidad. Pero pocos hombres razonables siguen creyendo hoy en una vida después de la muerte. Probablemente las Iglesias cristianas no podrían sobrevivir por sí mismas si se destruyese su base económica. El verdadero problema es cómo restablecer una actitud de vida religiosa al mismo tiempo que se acepta el hecho definitivo de la muerte.

En el campo socialista, Orwell fue una de las rarísimas cabezas que rechazó desde el principio el dogma simplificador que quería ver en el fascismo "una forma avanzada de capitalismo". Él había percibido claramente que el fascismo era, bien al contrario, una perversión del socialismo y que pese al elitismo de su ideología se trataba de un auténtico movimiento de masas que contaba con una vasta audiencia popular. Es más, en el ámbito psicológico llegó a decir: "Sólo hay dos tipos de personas que comprenden verdaderamente el fascismo: las que lo han sufrido y las que poseen en sí mismas una fibra fascista".

Orwell todo lo llevaba a la política. No podía sonarse la nariz sin hacer un discurso sobre las condiciones laborales en la industria del pañuelo.

Fue en España donde Orwell descubrió toda la ferocidad de la bestia: después de haber sido gravemente herido por una bala fascista, apenas había sido retirado de la retaguardia cuando empezó a verse acorralado por los asesinos estalinistas, menos deseosos de defender la república contra el enemigo fascista que de aniquilar a sus aliados anarquistas. De vuelta a Inglaterra, cuando quiso dar testimonio de la forma en que los comunistas habían traicionado la causa republicana en España, se tuvo que enfrentar inmediatamente, y de forma duradera, con la conspiración del silencio y la calumnia.

"Lo que vi en España y lo que he visto desde entonces del funcionamiento interno de los partidos de izquierda me han provocado HORROR A LA POLÍTICA".  (George Orwell)

Vivir en un régimen totalitario es una experiencia orwelliana; vivir, a secas, una experiencia kafkiana.

Autorretrato

Solo se puede crear cuando uno se siente afectado.

Desde la guerra de España no puedo decir, honestamente, que haya hecho gran cosa, salvo escribir libros, criar gallinas y cultivar legumbres. Lo que vi en España y lo que he visto desde entonces del funcionamiento interno de los partidos de izquierda me ha provocado horror a la política... Desde un punto de vista sentimental soy definitivamente de "izquierdas", pero estoy convencido de que un escritor solo puede seguir siendo honesto si se preserva de cualquier etiqueta partidaria.

Aparte de mi trabajo, la cosa que más en serio me tomo es la jardinería y, sobre todo, el cuidado de mi huerto. Amo la cocina y la cerveza inglesas, los vinos rojos franceses y los blancos españoles, el té indio, el tabaco negro, las estufas de carbón, la luz de las velas y los sillones confortables. Detesto las ciudades grandes, el ruido, los coches, la radio, la comida enlatada, la calefacción central y el mobiliario "moderno". Los gustos de mi mujer están en una armonía casi perfecta con los míos. Mi salud es muy mala, lo cual no me impide en absoluto hacer lo que quiero.

Literatura

Lo que la gente espera de un novelista famoso es que reescriba indefinidamente el mismo libro. Lo que olvidan es que un hombre capaz de escribir dos veces el mismo libro no habría sido ni siquiera capaz de escribirlo una primera vez.

Mi punto de partida siempre es una necesidad de tomar partido, un sentimiento de injusticia. Cuando me dispongo a escribir un libro no me digo: "Voy a crear una obra de arte". Escribo un libro porque quiero denunciar una mentira, quiero llamar la atención sobre un problema y mi prioridad es hacerme entender. Pero me sería imposible proseguir la redacción de un libro, o simplemente la de un artículo largo, si esta tarea no constituyese asimismo una experiencia estética. Mi deseo más preciado siempre ha sido llegar a transformar el ensayo político en una forma de arte. Y soy consciente de que cuando no he estado motivado políticamente he escrito libros carentes de vida.

Uno no puede aceptar una disciplina política, sea la que fuere, y conservar su integridad como escritor.

Cuando un escritor se compromete políticamente debe hacerlo en calidad de ciudadano, de ser humano, y no en calidad de escritor.

El pecado mortal es decir: "X... es un enemigo político y, por lo tanto, un mal escritor".

Psicología

Hay personas, como los vegetarianos o los comunistas, con las que es imposible discutir.

A los cincuenta años uno tiene la cara que se merece.

La muerte no tiene nada de espantoso cuando las cosas a las que tenemos apego nos van a sobrevivir.

La actitud del creyente que considera esta existencia como una simple preparación para la vida eterna es una solución de facilidad. Pero pocos hombres razonables siguen creyendo hoy en una vida después de la muerte. El verdadero problema es cómo restablecer una actitud de vida religiosa al mismo tiempo que se acepta el hecho definitivo de la muerte.

Siempre he pensado que es mejor morir de muerte violenta y no demasiado viejo. Se habla de los horrores de la guerra, pero ¿qué arma cabría concebir que igualara en crueldad a algunas de las enfermedades más corrientes? Una muerte "natural" significa, casi por definición, algo lento, nauseabundo y atroz.

Política

Recuerden que la deshonestidad y la vileza siempre terminan pagándose. No imaginen poder hacer de propagandistas lameculos del régimen soviético o de cualquier otro régimen durante años, y poder recuperar después, de repente, un estado de decencia mental. Puta un día, puta toda la vida.

La mayoría de nosotros persistimos en creer que todas las elecciones, incluso las elecciones políticas, se hacen entre el bien y el mal, y que desde el momento en que una cosa es necesaria también debe de ser buena. A mi juicio sería preciso analizar esta creencia más propia de un jardín de infancia.

Pacifismo

Es un hecho que el pacifismo sólo existe en comunidades cuyos miembros no creen en la posibilidad real de una invasión y una conquista extranjeras... Ningún gobierno podría operar conforme a unos principios puramente pacifistas, ya que un gobierno que se niegue a recurrir a la fuerza en cualquier circunstancia puede ser derribado por quienquiera esté dispuesto a utilizar la fuerza.

Algunas actitudes como el pacifismo o el anarquismo que deberían implicar una voluntad de renuncia completa al poder sólo sirven, por el contrario, para fomentar el gusto por el mismo. En efecto, si os adherís a una causa exenta, en apariencia, de la cuidad habitual de la política, a una fe de la que no saquéis ningún beneficio material, esto os confirmará, seguramente, como poseedores de la verdad. Y si poseéis la verdad os parecerá muy natural forzar a los demás a pensar como vosotros.

Si alguien deja caer una bomba sobre vuestra madre, dejad caer dos bombas sobre la suya. No hay otra alternativa: o bien pulverizáis viviendas, destripáis gente y quemáis niños, o bien os dejáis someter como esclavos por un adversario más dispuesto aún que vosotros a cometer ese tipo de actos. Hasta el momento, nadie ha sugerido ninguna solución concreta capaz de superar este dilema.

Totalitarismo

Los intelectuales son mucho más propensos al totalitarismo que la gente ordinaria.

Sería perfectamente posible que, de la misma forma que podríamos crear una raza de vacas sin cuernos, llegáramos a producir una nueva raza de hombres despojada de toda aspiración de libertad.

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