En términos generales, la propaganda comunista se sustenta en el terror que infunde en la gente en relación con los horrores (por entero reales) del fascismo. Y transmite, además, su falsa impresión -no a las claras, pero si implícitamente- de que el fascismo no tiene nada que ver con el capitalismo. El fascismo no es más que una especie de maldad sin sentido, una aberración, un “sadismo de masas”, el tipo de cosa que ocurriría si dejásemos de pronto sueltos a todos los maníacos homicidas de un manicomio. Presentando el fascismo de este modo, podemos movilizar a la opinión pública en contra, al menos por un tiempo, sin provocar un movimiento revolucionario. Podemos enfrentarnos al fascismo con la “democracia” burguesa, es decir, el capitalismo; pero, mientras tanto, tenemos que deshacernos de ese individuo fastidioso que señala que el fascismo y la “democracia” burguesa son harina del mismo costal. Al principio esto lo hacemos llamándolo “iluso visionario”. Le decimos que está embrollando el asunto, que está dividiendo a las fuerzas antifascistas, que no es momento de palabrería revolucionaria, que por ahora tenemos que luchar contra el fascismo sin plantear demasiadas preguntas sobre para qué estamos luchando. Tiempo después, si sigue negándose a cerrar la boca, subimos el tono y lo llamamos “traidor”. Más exactamente, lo llamamos “trotskista”.
¿Y qué es un trotskista? Esta palabra terrible -en estos momentos, en España pueden encarcelarte y dejarte ahí encerrado indefinidamente, sin juicio, si corre el simple rumor de que eres un trotskista- apenas está empezando a circular aquí y allá en Inglaterra. La oiremos más a menudo dentro de un tiempo. El término “trotskista” (o “trotskista-fascista”) se usa por lo general para referirse a un fascista camuflado que se hace pasar por ultrarrevolucionario con el fin de dividir a las fuerzas de izquierdas. Pero extrae su peculiar poder del hecho de que significa tres cosas distintas. Puede referirse a alguien que, como Trotski, desea una revolución mundial; o a un miembro de la propia organización encabezada por Trotski (el único uso legítimo del término); o al fascista camuflado que mencionábamos antes. Los tres significados pueden solaparse el uno sobre el otro a voluntad. El significado número 1 puede o no conllevar el significado número 2, y el significado número 2 conlleva casi invariablemente el significado número 3. Así pues: “A XY se le ha oído hablar favorablemente de la revolución mundial; por lo tanto es trotskista, y por consiguiente fascista”. En España, y en cierta medida incluso en Inglaterra, cualquiera que profese el socialismo revolucionario (esto es, que profese los ideales que el Partido Comunista defendía hasta hace pocos años) está bajo sospecha de ser un trotskista a sueldo de Franco o Hitler.
Hasta hace pocos meses se decía que los anarcosindicalistas “trabajaban lealmente” junto a los comunistas. Entonces fueron expulsados del gobierno y luego pareció que no estaban trabajando tan lealmente; ahora están en proceso de convertirse en traidores. Después de eso les llegará el turno a los socialistas de izquierdas. Largo Caballero, socialista de izquierdas y presidente del gobierno hasta mayo de 1937, ídolo de la prensa comunista, está ya en las “tinieblas de afuera”, tachado de “trotskista” y “enemigo del pueblo”. Y así prosigue el juego. El final lógico es un régimen en el que se elimine cualquier partido y periódico opositor, y en el que todo disidente de cierta importancia acabe en la cárcel. Por descontado, un régimen semejante será fascista. No será igual que el fascismo que impondría Franco; será incluso mejor que el fascismo de Franco, hasta el punto de que vale la pena luchar por él, pero será fascismo. Solo que, al estar dirigido por comunistas y liberales, lo llamarán otra cosa.
Todo lo que he dicho en este artículo parecería por completo una obviedad en España, e incluso Francia. Sin embargo, en Inglaterra, a pesar del profundo interés que ha suscitado la guerra española, hay muy poca gente que haya oído siquiera hablar de la batalla enorme que está teniendo lugar tras las líneas gubernamentales. Esto, por supuesto, no es casual. Ha habido una conspiración deliberada (podría dar ejemplos detallados) para evitar que se comprenda la situación de España. Personas de las que cabría esperar mejor criterio se han prestado al engaño sobre la base de que si uno cuenta la verdad sobre España se usará como propaganda fascista.
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